
Hace ya más de 30 años que a su hija le diagnosticaron la enfermedad celíaca, así que nos lleva algo de ventaja.
Pero no sólo en eso. La experiencia y buena mano que Isabel tiene en la cocina se saborean ya desde la puerta de su recién estrenado local, donde todo está mimado al detalle, incluido el cariñoso trato que tuvimos, y que nos hizo sentir como en casa desde el primer saludo. Imposible hacer un mejor honor al nombre del negocio.
Una de las cosas que más nos gustaron, además de la agradable conversación, la pared de pizarra que preside el local y los muchos detalles decorativos fue que, por primera vez en un sitio de comidas caseras preparadas, todo ante nuestros ojos era apto para celíacos, y sólo una pequeña parte del expositor ofrecía platos «adaptados» a los no-celíacos. ¡El mundo al revés!
“Mamá, éste ha sido el día más feliz de mi vida”.
Sabes que cuando un niño dice esto, la cosa va en serio: se lo ha pasado b-o-m-b-a. Y probablemente habrá otro “día más feliz de mi vida” la semana que viene y dentro de un mes y dentro de un año… Pero en ese momento, en ese preciso momento, la manifestación de su estado de felicidad suprema es cosa seria. Es un día MUY feliz.
En este caso, la expresión de júbilo máximo cobraba aún más sentido si cabe: barra libre de comida + absolutamente todo libre sin gluten. Un alborozo que sólo entiende quien a diario vive rodeado de limitaciones alimenticias, especialmente al salir fuera de casa, cuando todos se piden unas croquetas, un sándwich o unos boquerones… y toca conformarse con lo menos atractivo de la carta. Y que de pronto aterriza en 8.000 metros cuadrados sin una gota de trigo y cree estar soñando.
– ¿De verdad que puedo comer lo que yo quiera?
– ¿En serio que aquí dentro no hay naaaaada de trigo?
Día de emociones gastronómicas fuertes, pues, el que pasamos en la primera edición de Mad Gluten Free, la Feria Internacional de Productos y Dieta Sin Gluten, el pasado fin de semana.
Una jornada de encuentro con marcas ya conocidas y con muchas otras nuevas, de talleres, de charlas… y de degustaciones a tutiplén sin freno: churros, crepes, pizza, muffins, croquetas, palmeras, bocatas… Una feria de sabores de la que disfrutamos todos como si también fuésemos P.
Desde aquí nuestra enhorabuena a toda la organización, colaboradores y patrocinadores, por una iniciativa que promete mucho tirón y a la que no faltaremos en futuras ediciones.
Cualquier sitio que esté a tiro del Retiro es para nosotros potencialmente adorable, con independencia de lo que después nos depare la experiencia gastronómica. Los largos paseos por el parque o las tardes de juegos y bicis se llevan mejor con el estómago bien atendido. Si además el local cuenta con opciones sin gluten, la cosa gana puntos ya antes de llegar. Y si encima hablamos de lo que viene siendo una hamburguesería, pues ni te cuento cuántos.
Se da el caso, no sé si casual, de que todo lo que hemos probado en este barrio, nos ha encantado. Tanto que al final siempre vamos a los mismos dos o tres sitios. Y New York Burger es uno de ellos.
Creo que prácticamente en cualquier restaurante es posible para un celíaco o intolerante al gluten encontrar alimentos que poder comer. Generalmente esto pasa por el socorrido filete o huevo o, en el caso de las hamburgueserías, la hamburguesa sin el pan. Un rollo, vamos.
Y por eso el New York Burger nos encanta. Porque no es que tengan un menú sin gluten al final de la carta, que sería más que bueno. Sino que cualquier hamburguesa de la carta se puede servir con pan sin gluten, amén de otro montón de platos aptos.
Se me ocurren varios muuuuy recomendables, y sin duda las hamburguesas están buenísimas, pero sin duda nuestra razón para volver una y otra vez se llama New York Nachos, unos de los mejores que he probado nunca, con queso derretido, frijoles, guacamole, pico de gallo y crema agria. Imposible no pelearse con P, que se muere por estos nachos. Se cree que son sólo suyos y por si hay alguna duda, coge carrerilla y no hay quien lo pille.
En los postres, si quieres seguir peleándote, que no te falte al menos un brownie calentito con sirope de chocolate y helado de vainilla, con tantas cucharas como bocas haya en la mesa. Aunque mejor pídetelo para ti solo porque está de miedo.
«El niño es celíaco, ¿y ahora qué?». Que no cunda el pánico, hay vida más allá del gluten y lo vas a confirmar muy pronto, aunque seguro que ya lo sospechabas.
Tan importante como tener un buen pediatra es tener una buena asociación a la que encomendarte cuando eres celíaco. Al menos al principio, esto equivale a tener unos buenos zapatos para empezar a andar, o qué se yo, un buen abrigo para el frío.
La ayuda que nos brindaron desde la Asociación de Celíacos de Madrid (ACM) cuando aún no sabíamos ni por dónde empezar fue muy valiosa, especialmente teniendo en cuenta el saque que tiene aquí mi amigo para las cosas del comer, y el estado comatoso en el que como madre/padre se han quedado tus neuronas tras la noticia.
Y no es que se acabe el mundo cuando te comunican la nueva condición de tu pequeño tragabolas, pero un poquito de cagaleti sí que te entra de pensar qué va a comer de ahora en adelante este hijo tuyo de percentil 90 en un universo invadido por el empanado, el rebozado y otras amenazas de mayor calibre. El reto está servido.
Pero aquí es cuando llega tu asociación al rescate. Por una módica cuota anual recibes toda la información por tierra, mar y aire sobre lo que sí, lo que no y lo que a lo mejor se puede comer, amén de una cantidad potente de formación sobre la propia enfermedad celíaca, primero con folletos y periódicamente a lo largo del año en forma de cursos, boletines y talleres gratuitos.
Su propia web es un compendio de sabiduría sobre la cuestión, últimas investigaciones, acuerdos de colaboración con centros educativos, asesoría dietética gratuita… y al mismo tiempo un directorio de gran utilidad de restaurantes, hoteles, campamentos y hasta parques temáticos.
Hasta dónde te implicas con las actividades de la asociación es algo muy personal, ya que en nada te compromete ser socio más allá de pagar tu cuota. Pero sí recomiendo mucho mantenerse vinculado de alguna manera.
La información inicial suele ser más que suficiente para empezar a rodar y darte cuenta de lo sencillo que todo puede ser poniendo un poco de cuidado en la compra y en la cocina. No obstante, a nosotros nos gusta seguir estando al tanto de lo que se cuece en la parte científica y de investigación en torno a la enfermedad, productos nuevos, locales con acuerdos de colaboración… festivales…
Y tú, ¿perteneces alguna asociación de celíacos?
El día había amanecido como para pedir la vez para manta y sofá: gris, lluvioso y ventoso. El escenario perfecto para un sábado de perreo total. Pero ya se sabe que ese es un lujo sólo reservado a los “sin hijos”. Así que venga, todo el mundo en marcha. Partido de P… tenis de A… y ya que te pones, también dale a tu cuerpo alegría en el gym, ese garito al que siempre llegas y del que siempre te vas corriendo. Vamos, que adelgazar no sé, pero estresar seguro.
Para compensar tanto fitness familiar, que nosotros somos muy de compensar, habíamos reservado para comer en un italiano. Un italiano con mucho encanto en pleno barrio de La Latina, que aunque abrió en el año 98 nosotros descubrimos ayer, así que imagino que llegamos tarde con la crónica, pero igualmente aquí está.
Emma y Julia es un restaurante de los que enamoran ya antes de ir; porque abres su web y descubres esa completa Carta sin gluten al lado de la carta normal, y empiezas a salivar con la pinta que tiene todo y a imaginar la carta de P cuando le digas que puede pedir lo-que-quiera.
Al ser un sitio familiar, como digo en el Madrid más castizo, vale la pena soltar el coche, por ejemplo en el parking de la Plaza Mayor y dar un, aunque sea breve, paseo con tu prole hasta la Cava Baja por Cuchilleros. Si puedes llegar sin coche mucho mejor porque te ahorras el atraco del parking.
En Emma y Julia todo es bastante auténtico e italiano ya desde la fachada. Y nada más entrar, nos recibe un olor a leña y un ambiente acogedor que lo confirman. Las mesas y sillas de madera con manteles de cuadros rojos y un trato muy amable e informal completan el cuadro casero que esperábamos. Una apariencia sencilla que esconde platos de nivel.
En su carta sin gluten, cazuela de setas del bosque con huevos de corral y trufa, langostinos aromatizados con lima, pizza de cecina italiana, rúcola y parmesano… pan y cerveza sin gluten… Pero P se queda con la prosciutto de toda la vida, que a juzgar por su cara y por el festival de quesos fundidos colgantes, cumple de sobra con sus aspiraciones.
Y de postre, mousse de chocolate blanco que le dura menos de lo que tardo yo en reajustar la cámara para intentar hacer una foto mejor que ésta.
Nosotros, mientras, apostamos por la Parmigiana con berenjenas, queso parmesano y albahaca. Una pizza sencilla pero con un increíble sabor casero que no todos los días puedes disfrutar.
Y así, rodando y cuesta arriba volvemos dando una agradable carrera porque
a) llueve
b) tenemos un cumple y llegamos tarde
c) somos masocas y nos gustan las digestiones activas
Volveremos Emma y Julia 😉
Celicioso es uno de esos lugares a los que tienes que ir sí o sí alguna vez en tu vida, bien porque eres celíaco o porque acompañas a uno y aprovechas para probar sus increíblemente «celiciosas» tartas paranadasaborsingluten que están de muerte.
Una pastelería glutenfree que aún sin quedarnos muy a mano visitamos de vez en cuando. Quizá porque, el sabor que desprende no ya su repostería sino todo el local, bien merece una expedición tribal al corazón de la jungla con sus correspondientes voltios para deshacerte del coche en zona imposible.
La primera vez que fuimos, siendo P aún bastante pequeño, Celicioso fue más bien la excusa para pasar una tarde en Madrid con los niños, montar en metro y esas cosas que a los niños del extrarradio les molan más que ir a la feria.
Y lo fue. No sólo para P sino para todos.
La oferta gastronómica libre de gluten avanza y mejora a pasos agigantados y también nuestro universo de lugares y productos preferidos se ha ido enriqueciendo, pero por entonces casi nada de lo que habíamos probado en repostería sin gluten (toda industrial) nos había gustado.
De modo que ya nos contentábamos con que le gustase a P. Lo que no esperábamos era ponernos todos como el Kiko de la manera que nos pusimos.
Carrot cake, triple chocolate, banofee… ¿ quizá fue red velvet? Ya no recuerdo cuáles probamos aquel día hasta salir de allí rodando de felicidad, convertidos en embajadores de la marca forever. Pero estoy segura de que con nada de la carta nos hubiéramos equivocado.
El resto forma parte de una decoración muy cuidada, que combina el aire nórdico del mobiliario de madera, con los carteles de neón y las grandes cristaleras al más puro estilo newyorkino. Un lugar donde prima el diseño desde el escaparate hasta el plato.
Y es que estos chicos lo deben hacer muy bien. Porque a lo largo de estos años, además de comernos sus tartas, los hemos visto crecer inaugurando nuevos locales (gracias por el de Málaga también! Eso sí que es conocer a la clientela!).
Por suerte para nosotros, tenemos Celicioso para rato.
Este hombre está loco. Confieso que el primer día pensé que al pediatra se le había ido la olla de mala manera. Y eso que nunca falla. Me fui de allí mascullando entre la incredulidad y la preocupación. Más por el pediatra y la deriva de su cabeza que por mi hijo, la verdad. Aquel pseudodiagnóstico lanzado al aire a modo de apuesta llegaba después de… ningún síntoma. Al menos ninguno que a nosotros, médicos de pacotilla como todo buen padre es, nos pudiera parecer parte de algo tan serio como la celiaquía.
Pero a él sí se lo pareció. Y así lo dijo. “Este niño va a ser celíaco”. Así. Con sólo pesarlo y mirarlo dos veces. Un auténtico mago de lo suyo.
No se te está dando bien la tarde, amigo, debí pensar. Y debí poner tal cara de acelga que el buen hombre nos concedió entonces lo que entendí como una especie de prórroga de 15 días, antes de volver a ver al barrigón.
“Si en 15 días no ha recuperado peso… -este fue el momento de máxima tensión de la tarde- … empezamos con las pruebas.» Y vaya que empezamos.
Celíaco… ¿cómo va a ser eso?, le espeté a papágluten en cuanto salimos de allí. A este niño lo que le pasa es que ha dado un estirón. Y punto pelota, concluimos.
A decir verdad y aunque entonces no lo sabíamos o no lo queríamos saber, nuestro pequeño buda sí presentaba algunos síntomas. Esa ligera pérdida de peso que nosotros achacábamos a la última gripecilla de la temporada… un poco de irascibilidad… y sí, bueno, también ojeras y piel pálida… Y lo cierto es que también una considerable distensión abdominal, que sólo después supimos que no era la típica barriga de bebé que tanta gracia hace a todos, sino una primera señal de desnutrición.
Como era de esperar, mi superpediatra no había perdido ni un pedacito de sus superpoderes sino que nuevamente acertaba de lleno con su diagnóstico. A ojímetro puro.
Y allí volvimos, tras 15 días sainando al ternerito, con la esperanza de superar la prueba del peso y librarnos de tener que buscar en google las palabrotas antitransglutaminasa, gliadina… y otras que ese mismo día ya nos llevamos puestas.
Y las buscamos. El peso no sólo no subía sino que bajaba y el diagnóstico se iba concretando.
Y tuvimos que hacer análisis para creernos que no sólo era celíaco sino también que estaba anémico perdido. Y asumir. Y asimilar. Y aprender. Y enseñar. Y normalizar.
Por suerte P se libró de la famosa biopsia, prueba en desuso en determinados casos.
Lo demás fue coser y cantar, sobre todo una vez descubierta la valiosísima información que la Asociación de Celíacos de nuestra ciudad nos podía proporcionar. O lo muy preparados que están los comedores de los colegios en todo el tema de alergias. Y la cantidad de personas que ya no dicen “Celia ¿qué?” cuando les expones el problema. Los mercadona y carrefur hicieron el resto.