Este hombre está loco. Confieso que el primer día pensé que al pediatra se le había ido la olla de mala manera. Y eso que nunca falla. Me fui de allí mascullando entre la incredulidad y la preocupación. Más por el pediatra y la deriva de su cabeza que por mi hijo, la verdad. Aquel pseudodiagnóstico lanzado al aire a modo de apuesta llegaba después de… ningún síntoma. Al menos ninguno que a nosotros, médicos de pacotilla como todo buen padre es, nos pudiera parecer parte de algo tan serio como la celiaquía.
Pero a él sí se lo pareció. Y así lo dijo. “Este niño va a ser celíaco”. Así. Con sólo pesarlo y mirarlo dos veces. Un auténtico mago de lo suyo.
No se te está dando bien la tarde, amigo, debí pensar. Y debí poner tal cara de acelga que el buen hombre nos concedió entonces lo que entendí como una especie de prórroga de 15 días, antes de volver a ver al barrigón.
“Si en 15 días no ha recuperado peso… -este fue el momento de máxima tensión de la tarde- … empezamos con las pruebas.» Y vaya que empezamos.
Celíaco… ¿cómo va a ser eso?, le espeté a papágluten en cuanto salimos de allí. A este niño lo que le pasa es que ha dado un estirón. Y punto pelota, concluimos.
A decir verdad y aunque entonces no lo sabíamos o no lo queríamos saber, nuestro pequeño buda sí presentaba algunos síntomas. Esa ligera pérdida de peso que nosotros achacábamos a la última gripecilla de la temporada… un poco de irascibilidad… y sí, bueno, también ojeras y piel pálida… Y lo cierto es que también una considerable distensión abdominal, que sólo después supimos que no era la típica barriga de bebé que tanta gracia hace a todos, sino una primera señal de desnutrición.
Como era de esperar, mi superpediatra no había perdido ni un pedacito de sus superpoderes sino que nuevamente acertaba de lleno con su diagnóstico. A ojímetro puro.
Y allí volvimos, tras 15 días sainando al ternerito, con la esperanza de superar la prueba del peso y librarnos de tener que buscar en google las palabrotas antitransglutaminasa, gliadina… y otras que ese mismo día ya nos llevamos puestas.
Y las buscamos. El peso no sólo no subía sino que bajaba y el diagnóstico se iba concretando.
Y tuvimos que hacer análisis para creernos que no sólo era celíaco sino también que estaba anémico perdido. Y asumir. Y asimilar. Y aprender. Y enseñar. Y normalizar.
Por suerte P se libró de la famosa biopsia, prueba en desuso en determinados casos.
Lo demás fue coser y cantar, sobre todo una vez descubierta la valiosísima información que la Asociación de Celíacos de nuestra ciudad nos podía proporcionar. O lo muy preparados que están los comedores de los colegios en todo el tema de alergias. Y la cantidad de personas que ya no dicen “Celia ¿qué?” cuando les expones el problema. Los mercadona y carrefur hicieron el resto.
Ohhhh me encanta!
¿En qué momento se ha hecho mayor, oiga? Esa foto es de toma pan (sin trigo) y moja.
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