
Hace ya más de 30 años que a su hija le diagnosticaron la enfermedad celíaca, así que nos lleva algo de ventaja.
Pero no sólo en eso. La experiencia y buena mano que Isabel tiene en la cocina se saborean ya desde la puerta de su recién estrenado local, donde todo está mimado al detalle, incluido el cariñoso trato que tuvimos, y que nos hizo sentir como en casa desde el primer saludo. Imposible hacer un mejor honor al nombre del negocio.
Una de las cosas que más nos gustaron, además de la agradable conversación, la pared de pizarra que preside el local y los muchos detalles decorativos fue que, por primera vez en un sitio de comidas caseras preparadas, todo ante nuestros ojos era apto para celíacos, y sólo una pequeña parte del expositor ofrecía platos «adaptados» a los no-celíacos. ¡El mundo al revés!
Cualquier sitio que esté a tiro del Retiro es para nosotros potencialmente adorable, con independencia de lo que después nos depare la experiencia gastronómica. Los largos paseos por el parque o las tardes de juegos y bicis se llevan mejor con el estómago bien atendido. Si además el local cuenta con opciones sin gluten, la cosa gana puntos ya antes de llegar. Y si encima hablamos de lo que viene siendo una hamburguesería, pues ni te cuento cuántos.
Se da el caso, no sé si casual, de que todo lo que hemos probado en este barrio, nos ha encantado. Tanto que al final siempre vamos a los mismos dos o tres sitios. Y New York Burger es uno de ellos.
Creo que prácticamente en cualquier restaurante es posible para un celíaco o intolerante al gluten encontrar alimentos que poder comer. Generalmente esto pasa por el socorrido filete o huevo o, en el caso de las hamburgueserías, la hamburguesa sin el pan. Un rollo, vamos.
Y por eso el New York Burger nos encanta. Porque no es que tengan un menú sin gluten al final de la carta, que sería más que bueno. Sino que cualquier hamburguesa de la carta se puede servir con pan sin gluten, amén de otro montón de platos aptos.
Se me ocurren varios muuuuy recomendables, y sin duda las hamburguesas están buenísimas, pero sin duda nuestra razón para volver una y otra vez se llama New York Nachos, unos de los mejores que he probado nunca, con queso derretido, frijoles, guacamole, pico de gallo y crema agria. Imposible no pelearse con P, que se muere por estos nachos. Se cree que son sólo suyos y por si hay alguna duda, coge carrerilla y no hay quien lo pille.
En los postres, si quieres seguir peleándote, que no te falte al menos un brownie calentito con sirope de chocolate y helado de vainilla, con tantas cucharas como bocas haya en la mesa. Aunque mejor pídetelo para ti solo porque está de miedo.
El día había amanecido como para pedir la vez para manta y sofá: gris, lluvioso y ventoso. El escenario perfecto para un sábado de perreo total. Pero ya se sabe que ese es un lujo sólo reservado a los “sin hijos”. Así que venga, todo el mundo en marcha. Partido de P… tenis de A… y ya que te pones, también dale a tu cuerpo alegría en el gym, ese garito al que siempre llegas y del que siempre te vas corriendo. Vamos, que adelgazar no sé, pero estresar seguro.
Para compensar tanto fitness familiar, que nosotros somos muy de compensar, habíamos reservado para comer en un italiano. Un italiano con mucho encanto en pleno barrio de La Latina, que aunque abrió en el año 98 nosotros descubrimos ayer, así que imagino que llegamos tarde con la crónica, pero igualmente aquí está.
Emma y Julia es un restaurante de los que enamoran ya antes de ir; porque abres su web y descubres esa completa Carta sin gluten al lado de la carta normal, y empiezas a salivar con la pinta que tiene todo y a imaginar la carta de P cuando le digas que puede pedir lo-que-quiera.
Al ser un sitio familiar, como digo en el Madrid más castizo, vale la pena soltar el coche, por ejemplo en el parking de la Plaza Mayor y dar un, aunque sea breve, paseo con tu prole hasta la Cava Baja por Cuchilleros. Si puedes llegar sin coche mucho mejor porque te ahorras el atraco del parking.
En Emma y Julia todo es bastante auténtico e italiano ya desde la fachada. Y nada más entrar, nos recibe un olor a leña y un ambiente acogedor que lo confirman. Las mesas y sillas de madera con manteles de cuadros rojos y un trato muy amable e informal completan el cuadro casero que esperábamos. Una apariencia sencilla que esconde platos de nivel.
En su carta sin gluten, cazuela de setas del bosque con huevos de corral y trufa, langostinos aromatizados con lima, pizza de cecina italiana, rúcola y parmesano… pan y cerveza sin gluten… Pero P se queda con la prosciutto de toda la vida, que a juzgar por su cara y por el festival de quesos fundidos colgantes, cumple de sobra con sus aspiraciones.
Y de postre, mousse de chocolate blanco que le dura menos de lo que tardo yo en reajustar la cámara para intentar hacer una foto mejor que ésta.
Nosotros, mientras, apostamos por la Parmigiana con berenjenas, queso parmesano y albahaca. Una pizza sencilla pero con un increíble sabor casero que no todos los días puedes disfrutar.
Y así, rodando y cuesta arriba volvemos dando una agradable carrera porque
a) llueve
b) tenemos un cumple y llegamos tarde
c) somos masocas y nos gustan las digestiones activas
Volveremos Emma y Julia 😉
Celicioso es uno de esos lugares a los que tienes que ir sí o sí alguna vez en tu vida, bien porque eres celíaco o porque acompañas a uno y aprovechas para probar sus increíblemente «celiciosas» tartas paranadasaborsingluten que están de muerte.
Una pastelería glutenfree que aún sin quedarnos muy a mano visitamos de vez en cuando. Quizá porque, el sabor que desprende no ya su repostería sino todo el local, bien merece una expedición tribal al corazón de la jungla con sus correspondientes voltios para deshacerte del coche en zona imposible.
La primera vez que fuimos, siendo P aún bastante pequeño, Celicioso fue más bien la excusa para pasar una tarde en Madrid con los niños, montar en metro y esas cosas que a los niños del extrarradio les molan más que ir a la feria.
Y lo fue. No sólo para P sino para todos.
La oferta gastronómica libre de gluten avanza y mejora a pasos agigantados y también nuestro universo de lugares y productos preferidos se ha ido enriqueciendo, pero por entonces casi nada de lo que habíamos probado en repostería sin gluten (toda industrial) nos había gustado.
De modo que ya nos contentábamos con que le gustase a P. Lo que no esperábamos era ponernos todos como el Kiko de la manera que nos pusimos.
Carrot cake, triple chocolate, banofee… ¿ quizá fue red velvet? Ya no recuerdo cuáles probamos aquel día hasta salir de allí rodando de felicidad, convertidos en embajadores de la marca forever. Pero estoy segura de que con nada de la carta nos hubiéramos equivocado.
El resto forma parte de una decoración muy cuidada, que combina el aire nórdico del mobiliario de madera, con los carteles de neón y las grandes cristaleras al más puro estilo newyorkino. Un lugar donde prima el diseño desde el escaparate hasta el plato.
Y es que estos chicos lo deben hacer muy bien. Porque a lo largo de estos años, además de comernos sus tartas, los hemos visto crecer inaugurando nuevos locales (gracias por el de Málaga también! Eso sí que es conocer a la clientela!).
Por suerte para nosotros, tenemos Celicioso para rato.